Porque
en los últimos tiempos abundarán los falsos profetas y los corruptores, y las
ovejas se transformarán en lobos, y el amor se cambiará en odio. Habiendo
aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos contra otros, se perseguirán
mutuamente y se entregarán unos a otros. Entonces es cuando el Seductor del
mundo hará su aparición y titulándose el Hijo de Dios, hará señales y
prodigios; la tierra le será entregada y cometerá tales maldades como no han
sido vistas desde el principio. Los humanos serán sometidos a la prueba del
fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que perseverarán en la fe,
serán salvos de esta maldición. (Didaché 80-140 d.C.)
Y
no sólo por lo que hemos dicho, sino también por lo que sucederá bajo el poder
del Anticristo, se prueba que el diablo, siendo apóstata y ladrón, quiere ser
adorado como Dios; y se quiere proclamar rey, siendo un siervo. Porque él,
recibiendo todo el poder del diablo, vendrá no como rey justo o legítimo sujeto
a Dios, sino como impío, injusto y sin ley, como apóstata, inicuo y homicida,
como un ladrón que recapitulará en sí la apostasía del diablo… (Ireneo 180
d.C.)
Ya
Juan en el Apocalipsis habló de esta venida: «La bestia que vi se parecía a una
pantera. Sus patas eran como de un oso y su hocico semejante al del león. Y el
dragón le dio su fuerza, su trono y un enorme poder. Una de sus cabezas parecía
herida de muerte, pero la herida mortal estaba curada. Toda la tierra admiró la
bestia y adoró el dragón, porque dio el poder a la bestia. Y adoró la bestia
diciendo: ¿Quién hay como esta bestia, y quién puede pelear con ella? Y se le
dio un hocico grandilocuente y blasfemo, y el poder durante 42 meses. Y abrió
su hocico para blasfemar contra Dios, contra su nombre, contra su santuario y
contra los habitantes del cielo. Y se le dio el poder sobre toda raza, pueblo,
lengua y nación. Y la adoraron todos los habitantes en la tierra cuyos nombres
no están escritos desde la creación del mundo en el libro de la vida del
Cordero degollado. Si alguno tiene oídos para oír, que oiga. El que deba ser
llevado cautivo, irá al cautiverio. El que mate a espada, a espada morirá. Esta
es la paciencia y la fe de los santos» (Apocalipsis 13:2-10).
En
seguida habla de su escudero, al que llama seudoprofeta: «Hablaba como un
dragón. Ejercía todo el poder de la primera bestia en su presencia. Y obligó a
la tierra y a cuantos en ella habitan a adorar la primera bestia, cuya herida
mortal está curada. Y realiza grandes prodigios, como hacer bajar fuego del
cielo a la tierra, en presencia de los seres humanos. Y seducirá a los
habitantes de la tierra» (Apocalipsis 13:11-14). Dice estas últimas palabras a
fin de que nadie vaya a creer que lo hace por poder divino, sino por obra de
magia. Ni haya quien se admire de que, por medio de los demonios y espíritus
apóstatas que le sirven, realice signos para seducir a los habitantes de la
tierra. «Y ordenará que se fabrique un ídolo de la bestia, y dará la vida a
este ídolo para que hable, y mandará matar a cuantos no lo adoren. Igualmente
mandó marcar un tatuaje en la frente y en la mano derecha, para que nadie más
pudiera comprar o vender, sino quien tiene la marca de la bestia y la cifra de
su nombre: y esa cifra es seiscientos sesenta y seis» (Apocalipsis 13:14-18),
es decir, seis centenas, seis decenas y seis unidades, para recapitular toda su
apostasía que se ha fabricado durante seis mil años.
Pues
el mundo se consumirá en el mismo número de miles de años como fueron los días
en los que fue creado. Por eso dice la Escritura en el Génesis: «Y se terminó
el cielo, la tierra y todo cuanto contienen. El día sexto Dios concluyó toda la
obra que hizo, y el séptimo día descansó de todas las obras que realizó» (Génesis
2:1-2). Esta es al mismo tiempo una narración de lo que Dios hizo, y una
descripción profética de los hechos futuros. Porque, si «un día del Señor es
como mil años» (2 Pedro 3:8), y en seis días se completó la hechura de cuanto
fue creado, es evidente que también su término será de seis mil años. (Ireneo 180
d.C.)
Por
todo lo anterior, la bestia que ha de venir recapitulará en sí toda la
iniquidad y todo crimen a fin de que, agrupando y encerrando en ella toda la
fuerza de la apostasía, sea en ella arrojada al horno de fuego (Apocalipsis 19:20).
Con razón su nombre llevará la cifra 666 (Apocalipsis 13:18), la cual
recapitula toda la malicia anterior al diluvio, toda la mezcla de males que
provocó la apostasía de los ángeles -Noé tenía seiscientos años cuando el
diluvio cayó sobre la tierra (Génesis 7:6) y aniquiló todos los seres vivientes
sobre la tierra, por la perversidad de la generación en tiempos de Noé-. Esa
apostasía recapitula todos los errores e idolatrías cometidos desde el diluvio,
el asesinato de los profetas y los suplicios infligidos a los justos. El ídolo
que Nabucodonosor erigió era de sesenta codos de alto y seis de ancho (Daniel 3:1),
y por negarse a adorarlo, Ananías, Azarías y Misael fueron arrojados al horno
de fuego (Daniel 3:20), prueba que sirvió como profecía de lo que sucederá al
fin de los tiempos, cuando los justos sufrirán la prueba del fuego: pues dicho
ídolo fue el preanuncio de la llegada de aquel que ordenará a todos los hombres
sólo a él adorarlo. Así, pues, los seiscientos años de Noé, en cuyo tiempo cayó
el diluvio por motivo de la apostasía, y el número de codos del ídolo por
motivo del cual los justos fueron arrojados al horno de fuego, forman la cifra
del nombre en el cual se recapitulan seis mil años de toda apostasía,
injusticia, maldad, seudoprofecía y dolo, por los cuales descenderá también un
diluvio de fuego. (Ireneo 180 d.C.)
Otra
necesidad hay más apretada que obliga a rogar por los emperadores, por el
estado del imperio y sus prósperos sucesos. Sabemos los cristianos por la
Escritura que en el fin del mundo al imperio romano le ha de suceder el tirano
de Anticristo, a cuya cláusula amenazan tan acerbas calamidades, que por la
suma violencia de la persecución han de peligrar muchos en la fe; y así rogamos
que este imperio dure para que aquel tiempo se retarde, y no caigamos nosotros
en el peligro de aquella tentación. Así, pues, mientras rogamos que aquel día
se dilate, por no hacer en el peligro experiencia, favorecemos esta duración, y
á este imperio lo prolongamos mientras á aquél lo detenemos. (Tertuliano 197
d.C.)
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