Los
querubines, en efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son imágenes
de la actividad del Hijo de Dios «El primer ser viviente, dice [el escritor
sagrado], se asemeja a un león», para caracterizar su actividad como dominador
y rey; «el segundo es semejante a un becerro», para indicar su orientación
sacerdotal y sacrificial; «el tercero tiene cara de hombre» para describir su
manifestación al venir en su ser humano; «el cuarto es semejante a un águila en
vuelo», signo del Espíritu que hace sobrevolar su gracia sobre la Iglesia.
Los
Evangelios, pues, concuerdan con estos [símbolos], sobre los cuales Cristo
descansa. Uno de ellos, según Juan, narra su real y gloriosa generación del
Padre, diciendo: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante
Dios, y el Verbo era Dios: todas las cosas fueron hechas por su medio, y sin él
nada ha sido hecho» Por tal motivo, este Evangelio nos llena de confianza: ésta
es su característica. El Evangelio según Lucas, ya que tiene rasgos
sacerdotales, comenzó presentando a Zacarías cuando ofrece a Dios el
sacrificio. Y es que ya se estaba preparando el becerro cebado que debía
matarse por el regreso del hermano menor. Mateo anuncia su origen humano,
diciendo: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham». Y sigue: «Este fue el origen de Jesucristo». Es, pues, el Evangelio
de su humanidad, por eso este Evangelio habla de él de manera humilde y
conserva su figura como hombre manso. Marcos, a su vez, toma inicio del
Espíritu profético que viene de lo alto sobre los hombres, diciendo: «Principio
del Evangelio de Jesucristo, como está escrito en el profeta Isaías» , dando la
imagen de un Evangelio que vuela con sus alas. Por eso comunica sus mensajes en
forma fluida y suscinta; este es, en efecto, el estilo propio de los profetas. (Ireneo
180 d.C.)
Por
eso El mismo es «juez de vivos y muertos» (Hechos 10:42), el cual «tiene la
llave de David; abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá» (Apocalipsis 3:7).
Pues, en efecto, nadie en los cielos ni en la tierra ni bajo la tierra puede
abrir el libro del Padre, ni siquiera verlo (Apocalipsis 5:3), excepto el
Cordero que ha sido muerto (Apocalipsis 5:12), que nos ha redimido con su
sangre (Apocalipsis 5:9) después de haber recibido el poder de Dios que hizo
todas las cosas por medio de su Verbo y las ordenó por su Sabiduría. (Ireneo 180
d.C.)
Juan,
discípulo del Señor, vio en el Apocalipsis la gloriosa y sacerdotal venida de
su reino: «Me di vuelta para mirar de quién era la voz que me hablaba, y al
volverme vi siete candelabros de oro y entre los candelabros a uno semejante al
Hijo del Hombre vestido de poder y ceñido a la altura del pecho con un cinturón
de oro; su cabeza y cabellos eran blancos, como lana blanca y como nieve; sus
ojos eran como una llama de fuego; sus pies parecían bronce que se fundiera en
el horno; su voz era como un torrente; en su mano derecha tenía siete
estrellas; de su boca brotaba una espada de dos filos, y su cara era como un
sol brillante en todo su poder» (Apocalipsis 1:12-16). Entre todas estas cosas,
la cabeza significa que ha recibido la gloria del Padre; lo sacerdotal señala
los poderes -por eso Moisés vistió al pontífice según este modelo (Éxodo 28:4;
Levítico 8:7); otra cosa es el fin, representado por el bronce en el horno de
fundición, que indica la fe y la perseverancia de las oraciones por el fuego
que se encenderá al fin de los tiempos.
Juan
mismo no soportó la visión. En efecto, dice: «Caí a sus pies como muerto» (Apocalipsis
1:17), para que se cumpliera lo escrito: «Nadie puede ver a Dios y seguir
viviendo» (Éxodo 33:20). Mas el Verbo le dio vida y le recordó que él, estando
reclinado sobre su pecho durante la cena, le había preguntado quién era el que
lo había de traicionar (Juan 13:15), y le dijo: «Yo soy el primero y el último,
vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y de los
lugares inferiores» (Apocalipsis 1:17-18). Después de esto, sobre una segunda
visión en la que contempló al mismo Señor, escribió: «Vi en medio del trono, de
los cuatro animales y de los ancianos, a un Cordero como muerto pero en pie,
que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus enviados por
Dios a la tierra» (Apocalipsis 5:6-7). (Ireneo 180 d.C.)
Juan,
el discípulo del Señor, contempló en el Apocalipsis, notará que las naciones
paganas en general sufrirán las mismas plagas que en particular afligieron a
Egipto… (Ireneo 180 d.C.)
Porque
en todas partes la Iglesia predica la verdad, y es el candelabro de las siete
lámparas que porta la luz de Cristo… (Ireneo 180 d.C.)
Más
claramente aún Juan, discípulo del Señor, escribió en el Apocalipsis acerca de
los últimos tiempos y de los diez reyes que se dividirán el reino que ahora
impera. Cuando explica el significado de los diez cuernos que Daniel vio, dice
que esto le fue revelado: «Y los diez cuernos que viste son diez reyes a los
que aún no se les ha dado el reino, sino que por una hora recibirán el poder
junto con la bestia. Estos tienen una sola idea en su mente, la de entregar a
la bestia la fuerza y el poder. Estos lucharán con el cordero, y éste los
vencerá porque es el Señor de los señores y Rey de los reyes» (Apocalipsis 17:12-14).
También se declara que aquel que viene matará a tres de ellos, los otros le
quedarán sometidos, y el mismo será el octavo de ellos. Y devastarán Babilonia
y la quemarán a fuego, le entregarán su reino a la bestia y perseguirán la
Iglesia. Una vez acaecidas estas cosas, quedarán destruidos con la venida de
nuestro Señor.
Que
el reino será dividido y así acabará, lo dice el Señor: «Todo reino dividido
perecerá, y toda ciudad o casa dividida no durará» (Mateo 12:25). El reino, la
ciudad y la casa se dividirán en diez partes. Ya el Señor preanunció esta
división y partición… (Ireneo 180 d.C.)
(El
Apocalipsis) ha apuntado el nombre (del Anticristo) para precavernos de él
cuando venga, sabiendo quién es. Pero calló el nombre, porque no es digno que
el Espíritu Santo lo pregone. En efecto, si éste lo hubiese pregonado, podría
permanecer por mucho tiempo. Mas puesto que «era pero ya no es; va a surgir del
abismo pero para ir a la perdición» (Apocalipsis 17:8), como quien no existe,
por eso no se ha proclamado su nombre. Cuando el Anticristo devastare todas las
cosas en este mundo, y hubiese reinado durante tres años y seis meses, sentado
en el templo de Jerusalén, entonces el Señor vendrá entre las nubes del cielo
en la gloria del Padre (Mateo 16:27). Entonces lo enviará al lago de fuego con
sus seguidores (Apocalipsis 19:20), e instaurará el tiempo del reino para los
justos, es decir el descanso, el séptimo día santificado, y cumplirá a Abraham
la promesa de la herencia. Este es el reino al cual, según la palabra del
Señor, muchos vendrán de oriente y occidente, para tomar su lugar junto con
Abraham, Isaac y Jacob… (Ireneo 180 d.C.)
En
el Apocalipsis Juan la vio descender sobre la tierra nueva. Y después de los
tiempos del reino, afirma, «vi un gran trono blanco y, sentado en él, a aquél
de cuya presencia huyen la tierra y el cielo, los cuales no dejaron rastro» (Apocalipsis
20:11)... Y más adelante añade: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El
primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar dejó de existir. Y vi
la nueva Jerusalén, la ciudad santa, bajar del cielo como una mujer preparada
para su esposo. Y oí una fuerte voz que salía del trono y decía: Este es el
santuario de Dios con los hombres, y habitará con ellos, los pueblos serán
suyos, el mismo Dios estará con ellos y será su Dios. Y borrará toda lágrima de
sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni duelo, ni dolor, porque el mundo
viejo ha pasado» (Apocalipsis 21:1-4)… No podemos decir que se trata de una
mera alegoría; sino que todo cuanto Dios preparó para la felicidad de los
justos tiene un sólido y verdadero cimiento. Pues, así como es verdadero y no
alegórico el Dios que resucita al hombre, igualmente será que el hombre
resucite de entre los muertos, como lo hemos expuesto con los anteriores
argumentos. (Ireneo 180 d.C.)
Primero
habla de aquellos que resucitarán habiendo hecho el bien, para entrar en el
reposo; después, de aquellos que resucitarán para ser juzgados; como dice la
Escritura en el Génesis: que después de la consumación de este siglo, seguirá
el día sexto (Génesis 1:31-2:1), o sea el año 6000; porque éste será el día
séptimo, día del descanso, como canta David: «Este es mi reposo, en él entrarán
los justos». Este séptimo día es el séptimo milenario (Apocalipsis 20:4-6) en
el que reinarán los justos, en el que está prometida la incorrupción… (Ireneo 180
d.C.)
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