lunes, 6 de abril de 2015

Apocalipsis


Los querubines, en efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son imágenes de la actividad del Hijo de Dios «El primer ser viviente, dice [el escritor sagrado], se asemeja a un león», para caracterizar su actividad como dominador y rey; «el segundo es semejante a un becerro», para indicar su orientación sacerdotal y sacrificial; «el tercero tiene cara de hombre» para describir su manifestación al venir en su ser humano; «el cuarto es semejante a un águila en vuelo», signo del Espíritu que hace sobrevolar su gracia sobre la Iglesia.
Los Evangelios, pues, concuerdan con estos [símbolos], sobre los cuales Cristo descansa. Uno de ellos, según Juan, narra su real y gloriosa generación del Padre, diciendo: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios: todas las cosas fueron hechas por su medio, y sin él nada ha sido hecho» Por tal motivo, este Evangelio nos llena de confianza: ésta es su característica. El Evangelio según Lucas, ya que tiene rasgos sacerdotales, comenzó presentando a Zacarías cuando ofrece a Dios el sacrificio. Y es que ya se estaba preparando el becerro cebado que debía matarse por el regreso del hermano menor. Mateo anuncia su origen humano, diciendo: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham». Y sigue: «Este fue el origen de Jesucristo». Es, pues, el Evangelio de su humanidad, por eso este Evangelio habla de él de manera humilde y conserva su figura como hombre manso. Marcos, a su vez, toma inicio del Espíritu profético que viene de lo alto sobre los hombres, diciendo: «Principio del Evangelio de Jesucristo, como está escrito en el profeta Isaías» , dando la imagen de un Evangelio que vuela con sus alas. Por eso comunica sus mensajes en forma fluida y suscinta; este es, en efecto, el estilo propio de los profetas. (Ireneo 180 d.C.)  

Por eso El mismo es «juez de vivos y muertos» (Hechos 10:42), el cual «tiene la llave de David; abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá» (Apocalipsis 3:7). Pues, en efecto, nadie en los cielos ni en la tierra ni bajo la tierra puede abrir el libro del Padre, ni siquiera verlo (Apocalipsis 5:3), excepto el Cordero que ha sido muerto (Apocalipsis 5:12), que nos ha redimido con su sangre (Apocalipsis 5:9) después de haber recibido el poder de Dios que hizo todas las cosas por medio de su Verbo y las ordenó por su Sabiduría. (Ireneo 180 d.C.) 

Juan, discípulo del Señor, vio en el Apocalipsis la gloriosa y sacerdotal venida de su reino: «Me di vuelta para mirar de quién era la voz que me hablaba, y al volverme vi siete candelabros de oro y entre los candelabros a uno semejante al Hijo del Hombre vestido de poder y ceñido a la altura del pecho con un cinturón de oro; su cabeza y cabellos eran blancos, como lana blanca y como nieve; sus ojos eran como una llama de fuego; sus pies parecían bronce que se fundiera en el horno; su voz era como un torrente; en su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca brotaba una espada de dos filos, y su cara era como un sol brillante en todo su poder» (Apocalipsis 1:12-16). Entre todas estas cosas, la cabeza significa que ha recibido la gloria del Padre; lo sacerdotal señala los poderes -por eso Moisés vistió al pontífice según este modelo (Éxodo 28:4; Levítico 8:7); otra cosa es el fin, representado por el bronce en el horno de fundición, que indica la fe y la perseverancia de las oraciones por el fuego que se encenderá al fin de los tiempos.
Juan mismo no soportó la visión. En efecto, dice: «Caí a sus pies como muerto» (Apocalipsis 1:17), para que se cumpliera lo escrito: «Nadie puede ver a Dios y seguir viviendo» (Éxodo 33:20). Mas el Verbo le dio vida y le recordó que él, estando reclinado sobre su pecho durante la cena, le había preguntado quién era el que lo había de traicionar (Juan 13:15), y le dijo: «Yo soy el primero y el último, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y de los lugares inferiores» (Apocalipsis 1:17-18). Después de esto, sobre una segunda visión en la que contempló al mismo Señor, escribió: «Vi en medio del trono, de los cuatro animales y de los ancianos, a un Cordero como muerto pero en pie, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus enviados por Dios a la tierra» (Apocalipsis 5:6-7). (Ireneo 180 d.C.)  

Juan, el discípulo del Señor, contempló en el Apocalipsis, notará que las naciones paganas en general sufrirán las mismas plagas que en particular afligieron a Egipto… (Ireneo 180 d.C.)  

Porque en todas partes la Iglesia predica la verdad, y es el candelabro de las siete lámparas que porta la luz de Cristo… (Ireneo 180 d.C.)  

Más claramente aún Juan, discípulo del Señor, escribió en el Apocalipsis acerca de los últimos tiempos y de los diez reyes que se dividirán el reino que ahora impera. Cuando explica el significado de los diez cuernos que Daniel vio, dice que esto le fue revelado: «Y los diez cuernos que viste son diez reyes a los que aún no se les ha dado el reino, sino que por una hora recibirán el poder junto con la bestia. Estos tienen una sola idea en su mente, la de entregar a la bestia la fuerza y el poder. Estos lucharán con el cordero, y éste los vencerá porque es el Señor de los señores y Rey de los reyes» (Apocalipsis 17:12-14). También se declara que aquel que viene matará a tres de ellos, los otros le quedarán sometidos, y el mismo será el octavo de ellos. Y devastarán Babilonia y la quemarán a fuego, le entregarán su reino a la bestia y perseguirán la Iglesia. Una vez acaecidas estas cosas, quedarán destruidos con la venida de nuestro Señor.
Que el reino será dividido y así acabará, lo dice el Señor: «Todo reino dividido perecerá, y toda ciudad o casa dividida no durará» (Mateo 12:25). El reino, la ciudad y la casa se dividirán en diez partes. Ya el Señor preanunció esta división y partición… (Ireneo 180 d.C.)  

(El Apocalipsis) ha apuntado el nombre (del Anticristo) para precavernos de él cuando venga, sabiendo quién es. Pero calló el nombre, porque no es digno que el Espíritu Santo lo pregone. En efecto, si éste lo hubiese pregonado, podría permanecer por mucho tiempo. Mas puesto que «era pero ya no es; va a surgir del abismo pero para ir a la perdición» (Apocalipsis 17:8), como quien no existe, por eso no se ha proclamado su nombre. Cuando el Anticristo devastare todas las cosas en este mundo, y hubiese reinado durante tres años y seis meses, sentado en el templo de Jerusalén, entonces el Señor vendrá entre las nubes del cielo en la gloria del Padre (Mateo 16:27). Entonces lo enviará al lago de fuego con sus seguidores (Apocalipsis 19:20), e instaurará el tiempo del reino para los justos, es decir el descanso, el séptimo día santificado, y cumplirá a Abraham la promesa de la herencia. Este es el reino al cual, según la palabra del Señor, muchos vendrán de oriente y occidente, para tomar su lugar junto con Abraham, Isaac y Jacob… (Ireneo 180 d.C.)  

En el Apocalipsis Juan la vio descender sobre la tierra nueva. Y después de los tiempos del reino, afirma, «vi un gran trono blanco y, sentado en él, a aquél de cuya presencia huyen la tierra y el cielo, los cuales no dejaron rastro» (Apocalipsis 20:11)... Y más adelante añade: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar dejó de existir. Y vi la nueva Jerusalén, la ciudad santa, bajar del cielo como una mujer preparada para su esposo. Y oí una fuerte voz que salía del trono y decía: Este es el santuario de Dios con los hombres, y habitará con ellos, los pueblos serán suyos, el mismo Dios estará con ellos y será su Dios. Y borrará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni duelo, ni dolor, porque el mundo viejo ha pasado» (Apocalipsis 21:1-4)… No podemos decir que se trata de una mera alegoría; sino que todo cuanto Dios preparó para la felicidad de los justos tiene un sólido y verdadero cimiento. Pues, así como es verdadero y no alegórico el Dios que resucita al hombre, igualmente será que el hombre resucite de entre los muertos, como lo hemos expuesto con los anteriores argumentos. (Ireneo 180 d.C.)  

Primero habla de aquellos que resucitarán habiendo hecho el bien, para entrar en el reposo; después, de aquellos que resucitarán para ser juzgados; como dice la Escritura en el Génesis: que después de la consumación de este siglo, seguirá el día sexto (Génesis 1:31-2:1), o sea el año 6000; porque éste será el día séptimo, día del descanso, como canta David: «Este es mi reposo, en él entrarán los justos». Este séptimo día es el séptimo milenario (Apocalipsis 20:4-6) en el que reinarán los justos, en el que está prometida la incorrupción… (Ireneo 180 d.C.)




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